La adolescencia en tanto implica un nuevo empuje pulsional, “tormenta de la pubertad” la nombra Freud en la conferencia 20. Exige al púber el armado de ciertas respuestas, dentro de ellas su reubicación en el lazo al Otro, en un tiempo en que de acuerdo a Barrionuevo (2011) se produce una conmoción del cuerpo como objeto pulsional y como imagen. Miller (2015) establece en el texto En dirección a la adolescencia que el psicoanálisis se ocupa esencialmente de tres cosas: La salida de la infancia, es decir, del momento de la pubertad, en que toma relevancia el cuerpo del Otro entre los objetos del deseo; la diferencia de los sexos y de la intromisión del adulto en el niño, en tanto la pubertad es un momento en el que, el narcisismo se reconfigura hay como una anticipación de la posición adulta en el niño. No obstante, menciona que el adolescente actual se caracteriza por una “procrastinación”, una prolongación de la adolescencia, influenciada por lo virtual, lo que incidiría en una extensión de mundos posibles y un sujeto adolescente que pone a prueba sus opciones, con la consecuencia que “esta multiplicación del elemento de lo posible puede traducirse en una dilación infinita”. Nos veríamos enfrentados aquí ante una dificultad para el acto, en tanto toma de posición y de decisión. La influencia de lo virtual, menciona Miller genera otro rasgo en la adolescencia actual que nombra como “una autoerótica del saber” frente a una caída del Otro del saber, en tanto la erótica del saber pasaba por la relación al Otro, dice que “antes el saber era un objeto que había que ir a buscar al campo del Otro” lo cual “implicaba pasar por una estrategia con respecto al deseo del Otro”. Silvia Salman (2010) propone destacar el valor del “con que hace lazo cada sujeto” para encontrar los medios singulares de hacer lazo con el Otro.
Gabriela Camaly (2010) menciona que “con mayor frecuencia concurren al analista padres desorientados respecto de la función que les toca: no saben literalmente que hacer con sus hijos… cómo orientarse ante situaciones sintomáticas diversas de la vida cotidiana, acompañados por un sentimiento de impotencia y a veces de angustia”.
Raimondi (2018) sitúa que si el Otro parental se desvaneció en su función anticipadamente dejaría al púber en un estado de desamparo por ausencia o exceso de la presencia del Otro, en lo cual no operó la ternura como coartación del goce parental, señalando que es posible encontrar jóvenes que quedan solos frente al goce y también empujados a gozar.
Bousoño y otros (2016) señalan que es una época en la cual prima el goce autista, con dificultad para articular el padecimiento a la palabra, mencionan que lo particular de la época es una desarticulación entre semblante y real, que explica la pregnancia de lo imaginario para intentar armarse un cuerpo por fuera de lo simbólico. Produciendo entre sus efectos presentaciones sintomáticas que dan cuenta de un malestar en el lazo, siendo este más frágil, volviendo la dirección al otro secundaria al goce autista. Miller (2015) señala un uso social del síntoma, ubica entre ellos: la toxicomanía, la anorexia-bulimia, la delincuencia, los suicidios en serie de adolescentes, etc.
Entre los rasgos de la época que condicionan modos de expresión del malestar actual, se encuentran: la ilusión de un estado de plenitud, un no querer saber nada del desencuentro estructural, una maniobra de universalización, las exigencias sociales de iniciativa, el mantenerse siempre deseante como un mandato superyoico que nunca se alcanza (Kiel y otros, 2011) De este modo como concuerda más arriba Bousoño, y siguiendo a Miller en cuanto que es una época que solo reconoce signos, Kiel y otros afirman que estos padecimientos actuales “Resultan refractarios a los efectos de la palabra” lo cual mencionan representa una paradoja: la época ofrece como promesa un goce pleno que como respuesta subjetiva genera una pobreza de deseo, la cual se expresa en el cuerpo con una mediación muy precaria vía la palabra, padecimientos orgánicos sin referencia al sentido. Agregan que al no haber una atribución de saber al Otro, los padecimientos “No adquieren el valor de un mensaje dirigido al Otro o de un pedido de ayuda”.
La sociedad, menciona Freud en la conferencia 20, es la encargada de domeñar la pulsión sexual y someterla al mandato social. Sin embargo como señala Miller (2015) el hundimiento del Nombre del Padre, el orden simbólico en mutación, tiene profundos efectos de desorientación en los adolescentes de hoy. Lo que se puede constatar en las dificultades en la transición del goce autoerótico a la satisfacción copulatoria. En una época en que como refiere Barrionuevo (2011) el sujeto adolescente se enfrenta a emblemas identificatorios que se hacen obsoletos. Es posible pensar que el sujeto adolescente daría cuenta de una dificultad para hacerse de referentes que le orienten en el encuentro del goce con un objeto exterior. Freud menciona en Psicología de las masas y análisis del yo que “…la identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomado como ‘modelo’…”. Siendo los modelos aquellos que se encuentran en retirada, tambalean o cambian de modo abrupto sin otorgar consistencia y por ende presentarían un estatuto constitucional de fragilidad al ser tomados como objetos de elección. Miller agrega que es una época que tiende a negar lo real, que solo reconoce signos y por lo tanto son semblantes.
Barrionuevo (2011) menciona que el sujeto adolescente intenta ubicar en el deseo del Otro algo que pueda garantizar un nuevo lazo entre la imagen y el cuerpo. Ubica a la adolescencia como un trabajo de duelo en dirección al reconocimiento de la castración que generará un reposicionamiento de la estructura opositiva falo-castración. Trabajo de duelo para desprenderse de las figuras de identificación propuestas por la estructura familiar, las que sin embargo en la actualidad se presentan poco claras, lo cual tendrá un impacto sobre la constitución de la subjetividad en un contexto en que los padres dimiten de sus funciones y ven a la adolescencia como un modelo, un ideal de juventud; y una época capitalista que estimula el consumo en desmedro del deseo, prioriza el “tener” y la satisfacción inmediata, manda al sujeto a un goce sin limite y mortífero. Ante la caída de los ideales se produce un debilitamiento de un lugar seguro, en tanto estos otorgan una posición, fundan y consolidan el lazo social. El capitalismo empuja al sujeto al lugar de objeto y al goce autista. Al no mediar el Nombre del Padre se encuentra obstaculizado el encuentro con el propio deseo, el adolescente es arrojado a la escena del mundo con la promesa que todo es posible y de un goce ilimitado.
El encuentro con el otro en las condiciones que oferta la época al sujeto adolescente, siguiendo a Barrionuevo corresponde a un lazo social debilitado. En el que prima el desconcierto y el terror ante la inconsistencia del Otro. Un incremento de goce que tiene como consecuencia el aumento de patologías del acto. Recuerdo a una adolescente que con matices su historia se repite en la consulta, Z de 15 años, la madre la trae porque “es muy impulsiva y contestadora”, al empezar a escucharla surge que estaba enojada con todos, da cuenta de un Otro tiránico en un colegio de alta exigencia, clases de inglés los sábados además del preuniversitario un par de días a la semana (en Chile existen instituciones privadas que ofertan planes de cursos que preparan para rendir una prueba de admisión a la universidad), el basquetball le encantaba, “me sirve para descargar la bronca”, sin embargo solía tener enfrentamientos con sus compañeros o profesores, la “tramitación vía la palabra” era una dificultad a nivel familiar, el padre recientemente había “cambiado de familia” y sin ningún tipo de introducción a la separación, abruptamente la había llevado a conocer a su nueva pareja, pronto comenzó a gustarle un chico que la “ignoraba como lo hizo papá”, abriéndose una vía para comenzar a desplegar aquellas mociones inconscientes que la llevaban de la angustia a pelearse con todos, quedando al borde de la segregación en un colegio que amenazaba con expulsarla si no se controlaba.
Rousseau pensaba a la adolescencia como un segundo nacimiento, se puede pensar aquí también al adolescente que irrumpe como un extranjero, para su entorno y también para sí mismo.
Antes encontrábamos jóvenes reprimidos en su búsqueda de satisfacción, ubica Verenstein, destacaba una sensación de opresión que los coartaba; en cambio, en esta época los síntomas suelen verse determinados por un empuje a la satisfacción inmediata y sin límites, así nos encontramos con un exceso en variados ámbitos, no solo de drogas, sino también de trabajo, de deportes riesgosos, de consumo de tecnología, etc. Es posible ubicar aquí a quienes no pueden parar por un lado y su contracara de desgano, apatía. En este disfrutarlo todo, aparece que no estaría tan ligado a un deseo singular, sino más bien a un imperativo, un mandato, una orden, ante la cual los adolescentes/jóvenes se ven empujados, instados a participar de situaciones que les permiten no quedar por fuera de, hacerse algo de un lugar de pertenencia.
En una época de inmediatez, de urgencia, hay poco espacio para la reflexión, para pensar el malestar. El análisis, la psicoterapia abre este espacio, instaura un tiempo para que surja la palabra propia, el deseo singular.
Bibliografía
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